¿Por qué estudiar el pasado?

Una reflexión desde Historia en el Programa del Diploma
La historia es para aquellas personas que buscan un arraigo más profundo que aquel del espacio y tiempo
que ocupan, un arraigo en un tiempo que ya se esfumó y en un espacio que se transformó; intangible, pero
que ha dejado huellas indelebles, algunas más perceptibles que otras. Permite tejer unos hilos que, de cierta
forma, ayudan a la configuración de nuestra identidad individual y colectiva, esa parte de nuestra identidad
que es determinada por la herencia.
En la novela El Albergue de las Mujeres Tristes de la escritora Marcela Serrano, el personaje principal es una
historiadora que huye de una decepción amorosa y encuentra un refugio donde reflexiona sobre su gusto por
la historia y cómo ésta se conecta con su vida. Una de las reflexiones a las que llega es que la historia atrae a
aquellas personas obsesionadas por los muertos, por las gentes que antes ocupaban los espacios que ahora
nosotros ocupamos. Esta idea me lleva a pensar que tal vez esta obsesión radica en nuestra búsqueda por
comprender nuestro poder como individuos. Entender cómo algunos personajes del pasado tuvieron el poder
de cambiar nuestro proceso de desarrollo a nivel colectivo nos da luces sobre el poder que tenemos como
individuos para cambiar nuestro entorno.
Hilar esos tejidos con el pasado se hace con los rastros dejados por los muertos. Fotografías, documentos
primarios como discursos de líderes, testimonios, diarios y fuentes secundarias donde se proponen
interpretaciones de lo que ocurrió, son algunas de las huellas que utilizamos para cimentar esas raíces y
comprender ese rol como individuos. Y es con base en esas fuentes que la historia construye narrativas sobre
lo que sucedió, el porqué y cómo afectó la vida de nuestros antepasados, además de proponer perspectivas
sobre como esos sucesos determinaron nuestro devenir como sociedad.
A pesar de la existencia de estos rastros, el objeto de estudio de la historia es complejo y su propósito es
ambicioso ya que se enfrenta con la imposibilidad de recrear el pasado en su totalidad. Solo es posible
reconstruir fragmentos de lo que pasó, y esos fragmentos suelen provenir de unos pocos sectores sociales
(normalmente los más privilegiados). Por ende, en la construcción de narrativas siempre queda un vacío de lo
que ocurrió en el pasado con la mayoría. Esto nos lleva a una de las grandes disyuntivas de la historia: en el
momento en que se visibiliza lo intangible, es inevitable que simultáneamente haya una invisibilización, casi
siempre de los pueblos marginados.
El historiador tiene entonces la posibilidad de elegir aquello que se quiere narrar, de ahí el inmenso poder de
la historia: aquellos que la hacen tienen el poder de visibilizar o invisibilizar. Además, la historia puede crear la
idea de un pasado glorioso o condenarlo y es por eso que desde los círculos políticos en Colombia hay tanta
preocupación por su enseñanza, porque esta disciplina tiene el potencial de imprimir una huella nacionalista
en los futuros ciudadanos o puede contribuir a una ciudadanía más abierta e internacional.
Otro reto al que se enfrenta el historiador es cómo dialogar con ciertos sectores que promueven narrativas
donde se busca el silenciamiento de ciertas verdades; porque el silencio es la herramienta más eficaz para el
olvido. Y esos sectores están interesados en la visibilización, el ocultamiento o, en ciertos casos, la
exageración de ciertas verdades con propósitos como la homogeneización del pensamiento, el control y con
ello, llevar a cabo un proyecto determinado de país.
La historia en sociedades como la nuestra, en una etapa incierta de posconflicto, puede contribuir al perdón o
a alimentar la sed de venganza. Y esto responde al lazo complejo que existe entre la historia y la verdad. Esta
disciplina no devela la verdad, no levanta el velo que cubre el secreto que todos anhelamos encontrar; al
contrario, se encuentra con la paradoja de que hay muchas verdades. La verdad no es única, hay múltiples
verdades, esto no significa caer en un relativismo absurdo donde todo es válido, y tampoco pensar que la
verdad es equiparable a la opinión. Se comprende que la verdad en realidad no es monolítica, la verdad en
ocasiones se equipara con el dogma, lo irrefutable, y la historia permite ver cómo es un concepto mucho más
elusivo.
Según Michael Ignatieff, la labor del historiador consiste en discernir que verdades son aceptables y cuáles
no, ¿bajo que cánones se hace esa elección? Tal vez allí debe primar nuestra concepción ética y moral, la
verdad que contribuye a una sociedad más pacífica y capaz de perdonar.
El reto de la asignatura consiste entonces en formar en las estudiantes un criterio para que identifiquen y
distingan la validez de ciertas verdades, que entren en discusión con las diferentes perspectivas y elaboren
juicios de acuerdo a ciertos parámetros, como tener en cuenta el lugar desde el cual se enuncia la verdad,

quién la dice, en qué periodo de tiempo; es decir, comprender como el contexto determina las perspectivas.
En la historia también se comprende que la verdad y la perspectiva están entrelazadas.
La historia posibilita un encuentro, una dialéctica, entre verdades moralmente aceptables e inaceptables.
Transitar este espectro puede ser conflictivo; sin embargo, resulta vital ya que nos ayuda a comprender esa
parte de nuestro rompecabezas que todos compartimos, contribuye a configurar una parte de nuestra
conciencia colectiva, y por ello debe ser un ejercicio ético y responsable. En la historia el pasado cobra vida,
dialoga con el presente, y por ende la historia deja de ser lineal, se convierte en una especie de ciclo donde
presente y pasado convergen, el presente revisa y reinterpreta el pasado para posibilitar el cambio.
Por último, la historia es el espacio donde a través de ese diálogo con las narrativas del pasado, se aprende a
dejar de lado los juicios de valor sobre las personas, a destruir los estereotipos sobre aquellos que percibimos
como diferentes, y a resaltar en lugar de las diferencias, los aspectos en común que tenemos con otras
culturas en tiempos y espacios del pasado. La historia es evidentemente un poderoso recurso para el
desarrollo de la empatía y el entendimiento intercultural de nuestras niñas.

Susana Vélez Ochoa
Docente de Historia del Programa del Diploma